Una casa para María Langarita

Empezaré por el principio: Era un lunes 5 de noviembre cuando… ¡Qué más da! ¡Estaba en Dubái!, como llegué hasta aquí es solo parte de la historia, como las veinte primeras páginas de cualquier libro que desearías no tener que leer.

Siempre intento disfrazar mis viajes en grupo con actividades banales para disimular mi coacción para elegir el lugar, pero a quien voy a engañar, estaba en la ciudad que posiblemente seria la más excéntrica del mundo para disfrutar de su arquitectura, y esta vez viajaba sola.

Me sentía como un niño pequeño delante de todos los regalos de Reyes, ¡no sabía por dónde empezar! Alquilar un coche fue una buena opción, tenía la necesidad de recorrer grandes espacios en poco tiempo, pues solo disponía de unos días para mi gran aventura. Con la mochila en el asiento trasero del coche y un carrete nuevo en la cámara comencé mi expedición. Banco nacional de Dubái, Dubái Marina, Mall of the Emirates, Burj Khalifa… y allí estaba, el edificio giratorio de David Fischer. Había leído bastante sobre él, y sus entusiastas decían que para apreciarlo en condiciones, había que verlo amanecer y anochecer. Me pareció una locura pasar casi todo un día contemplándolo, pero al menos estaría un rato.

Bajé del coche y comencé a recorrerlo por los alrededores, era impresionante como iba girando por plantas, dando la impresión de que en cualquier momento uno de los “engranajes” iba a soltarse y moriríamos todos aplastados por una de las plantas de aquel enorme rascacielos. Me sorprendía como la gente no se paraba a observarlo cuando pasaban por allí, jamás podría acostumbrarme a verlo girar de aquella forma.

En el césped que lo rodeaba, había un par de personas de picnic, otros tantos disfrutando de su amor, y una chica enigmática tomando notas algo alejada del resto. Pasé unas cuantas horas por el edificio, hasta el mediodía, que decidí coger algo de comer y, desde el coche, seguir viendo la danza del edificio. Al volver por el camino hacia el coche, me fijé en la chica que tomaba notas, ¡qué casualidad!, era María Langarita, mi profesora de proyectos. Dudé si acercarme a saludarla o no, se la veía muy concentrada en sus notas, así que pensé dejarlo para más tarde, su postura daba a entender que aún le quedaban horas allí. Fui al coche, desde donde podía ver la torre y a María, que seguía cambiando de postura cada cierto tiempo, con gestos que delataban que no estaba precisamente cómoda. Era el momento, me acerqué y estuvimos hablando de como habíamos acabado allí, terminando la conversación con un breve análisis del edificio por su parte. ¡Debía de llevar allí horas! Había estudiado a la perfección el giro de cada planta, así como la incidencia de la luz y las plantas idóneas para ver las mejores situaciones de la ciudad durante el día. Ahora entendía su cara de cansancio, le comenté que había alquilado un coche, si le apetecía seguir tomando notas desde allí. Por supuesto, accedió.

Seguimos hablando de aquello que nos unía, me comentó que estaba cansada pero que tenía la necesidad de pasar el día allí, que estaba a nada de comprender el edificio en su totalidad. Le ofrecí mi compañía, estas cosas son más agradables cuando las compartes. Tenía un proyecto en mente, quería vivir en otro sitio, Madrid era su fuente de comunicación con el mundo, pero no lo sentía como su hogar. No quería una casa ya construida, a ella también le agobiaba esto, “parece que los tabiques están puestos a conciencia para ir contra nuestros principios de construcción” decía.

Estaba decidida, le propondría una locura. “María, quiero hacerte una propuesta, déjame acabar antes de contestarme, necesito darte unas buenas razones”. Así empezó mi discurso. Langarita necesitaba un nuevo hogar, incluso un nuevo concepto del hogar, me han repetido más de mil veces que cada uno tiene el suyo y que hay que seguir buscando, esto me hizo pensar que quizás maría no entendería el hogar como lo hacía yo, pero ya daba igual, ya había empezado a hablar.

Le conté en lo que había estado trabajando anteriormente en la universidad, de como Toyo Ito y su chica nómada se habían convertido en una forma de vida para mí, de la Bao House mobile home y como era posible convertir las calles en tu hogar, dormir cada día en un sitio distinto del mundo y desayunar un dulce distinto antes de comenzar el día. Le hablé de mis investigaciones en cuanto a espacios mínimos en casas transportables y espacios adaptables, de cómo la casa TurnOn conseguía en un espacio mínimo cubrir todas las necesidades básicas de un ser humano estándar. Noté que estaba interesada, así que seguí dándole más datos de mi misma, de cómo había creado una pequeña tienda online de camisetas con el material y el tiempo mínimo, optimizando esfuerzos y tratando con el cliente, así como de mis actividades varias fotografiando el mundo y sus ciudadanos y ayudando con piezas de mecánica, pasando a tener algunos conocimientos sobre cerraduras inteligentes y diversos sistemas de cerramientos.

“María, necesitas un hogar móvil! No puedes estar de aquí para allá sin tener donde descansar, y precisamente tu más que nadie sabes que esto se trata de “amueblar el mundo”, ¿Qué mejor manera que desde el interior de sus calles?”

Estaba convencida, lo noté en cómo se recostó en el asiento del coche, me había ganado algo de su confianza, y pronto esperaba ganarme el proyecto de su casa. Imagen

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